miércoles, 28 de marzo de 2012

Apaleado y detenido por documentar una redada racista

Entrevista a Javier, miembro del Grupo de Migración y Convivencia de la Asamblea Popular de Lavapiés (15-M), detenido junto a un vecino senegalés el pasado viernes 17 de marzo por grabar una redada racista en la Plaza de la Corrala. Ahora enfrenta un cargo de resistencia activa a la autoridad, penado con hasta 1 año de cárcel.

Javier, de 33 años, nos recibe en el piso que alquila junto a su compañera inmigrante en el barrio de Lavapiés. Lo primero que hace es mostrarnos los moratones que todavía tiene en las muñecas y tobillos. Nos dice que el asunto de su detención, hasta que salga el juicio, lo tiene olvidado. Sin embargo, a medida que fluye nuestra conversación notamos que continúa bastante afectado por lo que vio y sufrió en los calabozos de Leganitos y Moratalaz. Miembro activo de la Asamblea Popular de Lavapiés y del sindicato de Enseñanza e Intervención Social de CNT, asegura que, a pesar de los cargos que le imputan, no van a conseguir apartarle de la lucha contra las redadas racistas de la Policía que desde diversos colectivos vecinales y organizaciones se viene desarrollando en su barrio. Aunque al principio se muestra receloso hacia nuestro trabajo como periodistas, cuando le explicamos que sólo publicamos nuestras crónicas en medios de comunicación asamblearios y alternativos, su actitud se vuelve entusiasta, mostrándose como un buen conversador, apasionado con sus ideas.

E.F. - ¿Qué pasó la noche del 17 de marzo en la Plaza de La Corrala?

J. - Yo salía con unos amigos de un local de la calle Mesón de Paredes, cuando de repente vi un helicóptero volando a poca distancia de mi cabeza y un grupo numeroso de personas gritando un poco más arriba de la calle, a la altura de la plaza de la Corrala. Apreté el paso y encontré al menos una decena de coches patrulla de la Policía Nacional que bajaban lentamente la calle Mesón de Paredes. Enseguida vi que las personas que gritaban, unas 50 o 60, eran en su mayoría miembros de la asamblea de mi barrio, y que su consigna era “Ningún ser humano es ilegal”. Inmediatamente entendí que había habido una nueva redada contra la población migrante del barrio, y que mis vecinos habían reaccionado para afear a los policías su comportamiento racista. En estas páginas tienes relatos fiables de personas que estuvieron en la plaza de la Corrala desde que comenzó la redada:

http://www.lavapieshoy.es/vamos-a-contar-verdades-la-redada-del-viernes-16-de-marzo-vt1352.html

http://www.diagonalperiodico.net/Una-nueva-redada-racista-en.html

http://lavapies.tomalosbarrios.net/2012/03/21/no-fue-una-rina-fue-una-redada/

Sinceramente, yo llegué cuando mis compañeros ya habían conformado un cordón con las manos en alto, intentando expulsar pacíficamente a la Policía del barrio, al estilo de lo que ocurrió el 5 y el 12 de julio de 2011 en la Plaza de Lavapiés, o, sin ir más lejos, el jueves anterior por la tarde en la calle Amparo. Recordé el protocolo de actuación que tenemos los vecinos de la asamblea del barrio en caso de redada racista, y me di cuenta de que nadie estaba intentando documentar la escena.

http://lavapies.tomalosbarrios.net/2011/11/28/protocolo-de-actuacion-en-caso-de-redadas-racistas-asamblea-popular-de-lavapies/

Como llevaba una cámara de fotos en la mochila, la saqué y me coloqué entre los manifestantes y los policías, que en cada vez mayor número se estaban reuniendo en la intersección de la calle Mesón de Paredes y la calle Tribulete.

E.F. - Entonces, ¿crees que fue el hecho de estar grabando lo que motivó tu detención?

J. - Estoy seguro. Nada más llegar a la comisaría de Leganitos, los policías me preguntaban una y otra vez si era periodista y si tenía acreditación de prensa. Parecían muy preocupados por el asunto. Lo cierto es que no llevaba ni medio minuto grabando la escena cuando de repente, y sin previo aviso, tres o cuatro policías de paisano me agarraron por el cuello, me tiraron al suelo y me pusieron boca abajo, colocándome unos grilletes. Mientras lo hacían, me dieron un patadón en el tobillo derecho y porrazos en la cabeza y en los antebrazos. Luego dijeron en el atestado que yo les había mordido y me había autolesionado dándome cabezazos contra el suelo. Ya me habría gustado tener la sangre fría como para pensar tantas cosas en ese momento, pero lo cierto es que con preocuparme con respirar, mientras un policía me hacía una llave de yudo en el brazo y otro me tapaba la boca, era más que suficiente para mí. Los vecinos del barrio intentaron protegerme, pero no lograron evitar que me llevara unos cuantos golpes.


E.F. - ¿Te maltrataron también durante el traslado a la comisaría de Leganitos?

J. - Me llevaban con las esposas muy apretadas y a toda velocidad. Cuando me sacaron del coche me hicieron agachar la cabeza dándome golpes en la nuca y me dieron varios empujones. Una vez en el “Calabozo provisional” (así reza el simpático cartelito de esa inmunda habitación) empezaron a hacerme preguntas, entremezcladas con burlas y amenazas cada vez que me atrevía a mirar a alguno de los agentes que custodiaba la puerta. Cuando dije el nombre del abogado penalista de mi sindicato, parece que les molestó mucho: “Abogaditos, abogaditos. La culpa es de esos abogaditos”. Como venganza, dentro de esos divertidos códigos heteropatriarcales que ellos manejan, escribieron el nombre de mi abogado en femenino (“Daniela” en vez de “Daniel”), y me pasaron la hoja de detención con el nombre cambiado, diciendo que no habían podido localizarle en los listados del Colegio de Abogados. Yo entonces di el nombre de otro abogado, y el funcionario torció el gesto, y me dijo que no hacía falta.

E.F. - Y de ahí al calabozo “no provisional”, ¿no?

J. - No, antes me llevaron a hacer un reconocimiento médico, que yo solicité. Para entonces unos cuantos vecinos del barrio ya estaba concentrados en la puerta de la comisaría de Leganitos. Aunque yo salí por la puerta trasera (la que da a los calabozos), sentí la presencia de mis vecinos, sobre todo en el hecho de que los policías estaban un poco descolocados. Tuve suerte con eso: empezaron a tratarme un poco mejor. No sé, quizá fue simplemente la preocupación porque yo fuera periodista y acabara contando cosas por ahí…

E.F. - ¿Qué ponía en el reconocimiento?

J. - El reconocimiento fue lamentable. Aquella escena delante de un médico en un centro de salud me ha hecho pensar mucho. Es muy fácil criticar a la Policía Nacional, una institución que todos sabemos está integrada fundamentalmente por hijos de policías franquistas, e infiltrada por grupos organizados de ideología racista o directamente neonazi. Pero cuando ves que la corrupción y la violencia afecta también a otros colectivos aledaños, incluidos trabajadores de la salud, las sensaciones son más tristes. Las esperanzas de un verdadero cambio en la sociedad se disipan. Mucho más que los golpes que recibí, me dolió que la médico encargada de hacerme el reconocimiento preceptivo en el llamado Centro de Apoyo a la Seguridad, y con número de colegiado 24096, me tratase como una alimaña. Entré en su despacho custodiado por tres policías. En cuanto me quitaron las esposas, me espetó, de muy malos modos: “¿Y a ti, qué te pasa?” Le mostré mi antebrazo izquierdo, claramente deformado por una inflamación masiva, y con una herida sangrante de unos cinco centímetros. Le dije que además creía que me habían hecho un esguince en el tobillo, y que tenía dolores en las cervicales y el cuello. Ni se molestó en tocarme. Me miraba como si fuese un desecho, un animal peligroso. Al final, me echó un poco de réflex por la espalda y se puso a escribir. Sólo se me ocurrió mirarle a los ojos, en plan ciudadano, y decirle que yo también era un empleado público, como ella, que trabajaba como profesor en una universidad de Madrid, y que si necesitaba mirarme otra vez las heridas, porque me parecía que no las había visto bien. Ni se inmutó la doctora. Cuando salí del calabozo dos días después, leí su informe. Decía lo siguiente: “Refiere dolor en ambas muñecas por las esposas”. “Refiere”, había escrito la muy sinvergüenza.


E.F. - Después del reconocimiento médico, ¿hubo más interrogatorio, o te mandaron directamente al calabozo?

N. - En el tiempo que estuvimos esperando al reconocimiento médico los cinco policías que me vigilaban (dos uniformados y tres de paisano) me hacían preguntas entre gestos de desaprobación e incredulidad. Hacían como que estaban muy indignados con lo que había ocurrido. Me decían que yo no tenía ni puta idea de lo que había hecho, que no sabía a qué tipo de gente estaba defendiendo. Yo recordaba que sólo tenía obligación de contestar si me preguntaban por mi nombre o mi dirección, así que sólo respondí con el nombre de la calle y el número del portal donde vivo cuando me dijeron: “Si seguro que no vives en Lavapiés, ¿a que no?”. Luego optaron por la estrategia del “poli bueno”. Me decían: “¿Cómo crees que acabará esto dentro de un año?”. Como seguía callado, uno se acercó en plan colega diciendo: “Dejad al chaval, ¿no veis que no quiere hablar?”. Y luego me dijo: “Claro, tú tienes tus ideas y nosotros las nuestras”. No sé si esperaba que le explicase cuáles eran mis ideas, así como estaba esposado y con todo el cuerpo magullado. Preferí quedarme callado como un ser humano.

E.F. - ¿Cómo son los calabozos de la comisaría de Leganitos?

J. - En realidad, a mí me recordaban más a mazmorras medievales, de esas que uno ve en las películas. Hay un olor nauseabundo, fruto de la falta de higiene y ventilación. Te dan una colchoneta fina, impregnada de orines y efluvios de las muchas personas que la usaron antes. Y una manta. Cuando te mandan acercarte al montículo de mantas raídas que tienen a la entrada del calabozo, un funcionario te avisa de las terribles consecuencias que puede haber para ti si se te ocurre coger más de una. Luego comprendes por qué: en las celdas hace un frío terrible. La humedad se te mete en los huesos.

E.F. - ¿Había más gente en tu celda?

J. - Sí, cuando yo llegué había ya cinco personas en mi celda. En un espacio como de cuatro metros cuadrados. Vamos, que había overbooking. Quedaba el espacio justo para colocar mi colchoneta y mi cuerpo, justo al lado de los barrotes.

E.F. - ¿Y cómo son las celdas?

J. - En los calabozos de Leganitos hay como tres naves abovedadas. No hay ningún tipo de luz natural. La mayor parte del tiempo todas las luces están apagadas. Cada celda tiene dos alturas, separadas por un banzo como de medio metro. El suelo es de baldosa. Los techos están desconchados por la humedad y el deterioro. Con el estrés y la humillación a la que te someten, uno termina pensando que el techo, que ya de por sí es muy bajo, se le va a venir encima.

E.F. - ¿Y para orinar?

J. - Para orinar o hacer de vientre hay que esperar a que el agente de turno esté del humor adecuado. Durante el tiempo que estuve en Leganitos, y luego en Moratalaz, hubo al menos tres personas detenidas que, ante la imposibilidad de salir a la letrina, decidieron orinar a través de los barrotes, con el consiguiente disgusto para sus compañeros de celda y los habitantes de las celdas contiguas. Aunque también te digo que ir a la letrina no es una experiencia mucho mejor.

E.F. - ¿Cómo es?

J. - En la letrina yo me empecé a dar cuenta de esas sutiles estrategias con que los carceleros se divierten humillando a los detenidos. Lo de “sutiles” es obviamente un eufemismo. Un par de horas después de ingresar yo en el calabozo de Leganitos entró una mujer, muy probablemente toxicómana, que nada más ser encerrada en su celda solicitó un “támpax”, puesto que estaba con el período. Un funcionario le respondió que allí no tenían “támpax”, y que si le servía con papel higiénico bien, y si no también. El famoso “támpax” usado de la detenida acabó obviamente en la letrina. Cuando yo conseguí que un policía me dejase ir al baño, el tampón sanguinolento estaba colocado justo encima del murete donde te tienes que sujetar si quieres hacer tus necesidades. Me acuerdo que lo bajé de ahí con el pie y lo empujé de una patada contra una esquina de la letrina. Pues bien: las dos veces siguientes que conseguí ir al baño, el “támpax” volvía a estar, como por arte de magia, en el mismo lugar estratégico. También, la última vez que fui había un excremento humano en medio de la entrada a la letrina. Obviamente no se había podido salir de la taza del váter. Alguien se estaba divirtiendo colocándolo en mitad de nuestro camino al baño.

E.F. - Lo que cuentas sobre el trato a una toxicómana es muy grave.

J. - Es peor que muy grave. En la celda contigua a la mía en Leganitos un hombre pasó yo calculo que unas ocho horas pidiendo que le proporcionasen metadona. Por lo que pude escuchar era un usuario del dispensario de Valdemingómez. Le estuvieron dando largas toda la mañana del sábado y buena parte de la tarde. Cada vez que se quejaba a gritos, venían a la puerta de su celda y le decían: “Sí, ya la hemos pedido, ahora viene.” El hombre se llamaba Gelu [nombre rumano] y los funcionarios se dirigían a él, en un alarde de ingenio, con el apelativo de “Gelu Kitty”. Recuerdo comentarios de lo más cruel, del tipo: “¿Qué te pasa, “Gelu Kitty”, estás sudando?” No sé qué puede haber dentro del cerebro de un ser humano para poder burlarse así de otro ser humano que está en una situación tan jodida. Al final se lo llevaron a un centro de salud hacia las cinco de la tarde, avisándole previamente de que en realidad se lo llevaban de paseo, porque ningún centro de salud le iba a dar metadona los fines de semana.

E.F. - ¿Cómo podías saber la hora estando allí dentro? ¿No decías que no había ningún tipo de iluminación natural?

J. - Pathe, el compañero senegalés que fue detenido conmigo, había conseguido “colar” un relojito de estos digitales Casio. Aunque nos pusieron en celdas separadas para que no pudiéramos charlar, de vez en cuando Pathe cantaba las horas. A veces, si los funcionarios estaban de buen humor, también te decían la hora. Ese relojito nos ayudó mucho a pasar el mal trago de la detención. Después de dos días sin poder dormir, sin ningún tipo de referencia, uno acaba aturdido, pierde la noción del tiempo y el espacio, y la amenaza de una crisis de ansiedad o un derrumbe emocional es cada vez más grande, sobre todo sabiendo que lo más probable es que nadie te vaya a atender si al final te ocurre. No me quiero imaginar cómo será el régimen FIES en las prisiones. Si esto es lo que hacen con detenidos a los que supuestamente les ampara la presunción de inocencia, no sé qué harán en los presidios con los reos ya condenados.

E.F. - Son estrategias de humillación y castigo por anticipado, en definitiva.

J. - Sí, por supuesto. Ellos consiguen animalizarte. Eso tiene mucho que ver con lo que hablamos antes, lo que estaba escrito en el atestado policial y que luego fue reproducido por todos los periódicos: que yo les había dado mordiscos a los policías durante el arresto, como si fuera un perro rabioso. Es lo mismo que te comentaba sobre el trato que me dieron los médicos forenses. Hay todo un aparato policial que, conscientemente, busca animalizarte, y que consigue que a los ojos acríticos de la gente que está en los alrededores (los funcionarios del Juzgado que te reparten comida o que te abren y cierran las puertas en el calabozo de Plaza de Castilla, los médicos que te hacen los reconocimientos, algunos abogados de oficio, etc.) los detenidos también aparezcan como simples animales. Y lo que es peor de todo: uno termina también animalizándose. Yo recuerdo los últimos minutos en que estuve privado de libertad, que me encontré a mí mismo asomando literalmente la nariz por una rendija de la puerta de mi celda, pidiendo por favor al funcionario que no volviese a cerrarla, que dejase así abierta una rendijita, que con eso me valía para estar a gusto. Habían pasado más de 6 horas desde mi comparecencia ante la juez, en la que habían decidido concederme la libertad. Sin embargo, las órdenes de libertad tardaban en bajar firmadas a los calabozos, y los que estábamos allí encerrados (unos 30 sólo en mi celda) andábamos desesperados.

E.F. - ¿Con qué tipo de gente estuviste encerrado?

J. - Principalmente chicos jóvenes, muchos de ellos consumidores habituales de cocaína o basuco, que estaban acusados de hurtos o robos con violencia. Varios heroinómanos muy deteriorados física y mentalmente también había, algún pequeño estafador (a Urdangarín no conseguí encontrármelo), pero sobre todo chicos de bandas juveniles. Es curioso comprobar que los códigos machistas y consumistas que manejan esos chicos son exactamente los mismos con los que se comunican los policías entre ellos. El tamaño del miembro viril, el fútbol y la aversión a la homosexualidad aparecen constantemente en el discurso de ambos bandos. También el patriotismo o la obsesión por tu lugar de origen. Entre los policías se llaman los unos a los otros de “¡gallego!”, “¡asturiano!”, y entre los delincuentes comunes se gritan, de una celda a otra, “¡eh, moro!”, “¡eh, cubano!”, o “¡andaluz!”. Recuerdo el policía que me sacó el DNI de la cartera cuando llegué a Leganitos. Lo primero que miró fue mi lugar de nacimiento. Cuando lo leyó exhaló un profundísmo “¡palentino!”. Yo me preguntaba a mí mismo: “¿Qué cojones le importará a este tío dónde he nacido yo?”

E.F. - Entonces, torturas físicas no sufriste, ¿no?

J. - Si quitamos el frío y el dolor por tener que aguantarme el pis, yo he de decir que no recibí torturas físicas. Pero hubo dos detenidos que sí. La noche del sábado en Leganitos ingresó un hombre, que al parecer llegaba acusado de maltrato, y que hizo un comentario acerca del hecho de tener que quitarse los cordones de sus zapatos antes de entrar en la celda. Enseguida el grupo de policías que lo habían bajado, junto con los que estaban de guardia, empezaron a gritarle al unísono. Después de los gritos empezaron los golpes. El asunto debió de durar como unos diez minutos, y por los gemidos del detenido y por el sonido de los golpetazos, puedo asegurar que le pegaron. La otra agresión la vi con mis propios ojos en la comisaría de Moratalaz, la noche del domingo al lunes. Enfrente de mi celda había un hombre solo en una habitación. La tenían iluminada con una luz halógena fuerte, muy blanca, que hacía imposible que aquel detenido durmiera. Cada quince minutos ese hombre se levantaba desafiante y daba patadas contra los barrotes, al grito de: “¡Policía, apaga la luz!”. Todos los demás detenidos del módulo nos revolvíamos en las colchonetas. Le llovían los insultos. Algunos le rogábamos que por favor se callase, e intentase dormir con la manta en la cara. Aquel hombre estaba siendo torturado, y acabó torturando a todos los que intentaban dormir en aquel módulo: fue una situación muy desagradable. Ningún agente se acercó a nuestras celdas en tres o cuatro horas, ni respondiendo a los gritos del detenido de la celda iluminada, ni a los de los que nos quejábamos de la situación. A las 7 de la mañana, poco antes de que comenzaran los traslados a los juzgados de Plaza de Castilla, un policía uniformado se acercó sigilosamente a la celda de mi vecino de enfrente y apagó el interruptor. La celda quedó por fin a oscuras y alguno de mis compañeros consiguió dormir un rato.

E.F. - O sea que el machaque psicológico es constante.

J. - Claro. Son muchos insultos, muchos gritos fuera de contexto, muchas órdenes absurdas. Recuerdo con especial horror a un policía con acento andaluz, bajito y con gafas, que era uno de los encargados de la guardia del calabozo de Leganitos el sábado 17 de marzo en el turno de tarde (creo que de 2 a 10). Llegó pegando gritos a todo el que le pedía ir al baño. Al segundo o tercer bocinazo, alguien le insultó desde alguna de las celdas, haciendo referencia a su tono de voz, que en verdad no era demasiado varonil. Entonces el funcionario entró en cólera y desató una retahíla de insultos, que terminó con el muy sintomático: “¡Inmigrantes de mierda, volveos todos en patera a vuestro puto país!” Después desapareció dentro de la garita, y ni él ni nadie más de los policías que se encargaban del turno atendieron a las llamadas de los detenidos durante varias horas. Desde detrás de la puerta, se podían escuchar un poco las voces desaforadas de los locutores del Carrusel deportivo. La afición de aquel policía andaluz por el fútbol parecía directamente proporcional a su aversión por los inmigrantes.

E.F. - ¿Qué opinión te merecen las mentiras reproducidas en las notas de prensa que aparecieron en los periódicos con respecto al suceso de aquella noche en la plaza de la Corrala?

J. - Sinceramente, a mí no me sorprendieron lo más mínimo. Las notas de los periódicos reprodujeron literalmente lo que decía el atestado policial, tal y como hacen habitualmente. Da igual que sean reporteros de El País, del moribundo Público, o de La Razón. En definitiva sus dueños, quienes les pagan, tienen los mismos intereses. Los diferentes posicionamientos ideológicos de los medios de comunicación españoles son absolutamente impostados en mi opinión, son simples cuotas de mercado para quienes controlan sus capitales sociales, que en realidad son unos pocos sujetos y sus familias, que además se relacionan y reproducen entre sí. Para conservar el puesto de trabajo, los periodistas, los reporterillos (muchas veces becarios) que trabajan para los medios hegemónicos desarrollan sus propias estrategias de censura y autocensura, y no les importa mentir a cambio de conservar el sueldo, aunque para ello tengan que poner en riesgo la integridad física o el futuro de personas como en este caso fui yo.

E.F. – Pero es verdad que al 15-M no le han tratado del todo mal en esos medios “progresistas”.

J. - En el caso concreto de las redadas racistas en Lavapiés y otros barrios obreros de Madrid, está claro que a ninguno de los socios capitalistas que controlan los cuatro o cinco grandes conglomerados mediáticos españoles les interesa difundir que los inmigrantes se están empezando a organizar para contestar a los abusos que a diario están cometiendo contra ellos. Quizá una acampada festiva, un pasacalles o una cabalgata indignada no lo haga, pero una respuesta colectiva y contundente de la población migrante de Madrid contra quienes están violando sistemáticamente sus derechos como seres humanos pondría en serio riesgo los intereses económicos de esa elite financiera que posee los medios de comunicación en España. Entre los multimillonarios que pertenecen a esa elite desde luego que también están los dueños del fondo de inversión Liberty Acquisition Holding, que controla el Grupo Prisa, o la familia Abelló, que controla el fondo de inversión Torreal, que gestiona Mediapro y por lo tanto la Sexta y el extinto Diario Público, o la familia Azcárraga que maneja los hilos de Televisa. A ninguno de ellos les interesa lo más mínimo difundir que los inmigrantes están plantándole cara a sus agresores. Nosotros en el Grupo de Migración y Convivencia de la Asamblea Popular de Lavapiés ya habíamos tenido experiencias muy desagradables con reporteros de toda calaña desde principios del verano, y por eso llegamos a un acuerdo en asamblea de no tratar con ellos, de boicotearles. Ese trabajo va de la mano de un esfuerzo por difundir nuestros comunicados y nuestras notas de prensa por los medios de contrainformación, siempre que sean asamblearios o, por lo menos, económicamente independientes. Creo sinceramente que otras asambleas barriales y organizaciones como mi sindicato (CNT) deberían dar un paso en firme para boicotear de raíz cualquier tipo de relación con reporteros que trabajen para estos medios hegemónicos, sea la simpática Sexta o la recalcitrante Intereconomía.

E.F. - ¿Y cómo conseguiríamos que ese boicot del que hablas fuera efectivo?

J. - Pues empezando por quienes tenemos más cerca. A mí me parece mucho más honesto (y más laborioso también) intentar que la gente a nuestro alrededor saque de sus sobacos el domingo por la mañana ese maldito País, o ese maldito Diario Público y se aficione de una vez por todas a informarse seriamente a través de nuestros blogs, nuestras páginas de contrainfo, nuestras redes sociales y nuestros periódicos como el del 15-M, o el Rebelaos. Es mucho más honesto y más valiente que seguir tratando de mendigar un buen trato en la Cadena Ser o en El País. Obviamente en El País o en la Cadena Ser algunas veces nos tratarán bien, nos darán un poco de coba a las gentes de los movimientos sociales, según los intereses políticos o económicos que en cada momento tengan sus dueños o sus patrocinadores. Mira, te voy a decir una cosa: si algo ha tenido de positivo mi detención y los moratones de mi cuerpo es que algunos miembros de mi familia, por ejemplo, fieles votantes algunos del PP, se han llevado las manos a la cabeza al ver como en todos lados me llamaban narcotraficante, incitador a la violencia, o perro mordedor. El otro día mi hermana me preguntaba que de qué manera podía informarse a partir de ahora, que tenía la sensación de que en todos los sitios la estaban engañando. Yo, después de una intensa conversación con ella, le he pasado los enlaces de medios de comunicación que me parecen fácilmente digeribles para una persona que está empezando a darse cuenta de la farsa que hay detrás de los medios de comunicación masivos. Le he recomendado el Diagonal, Periodismo humano y Madrilonia. Me parece que ese trabajo de convencer a gente como mi hermana de que se aparte del televisor y deje de leer los periódicos de quienes nos gobiernan es más digno y más gratificante que el de pedirle al defensor del lector de El País que rectifique una noticia y nos deje por favor contarle a la gente que yo no soy ningún narcotraficante ni ningún perro sarnoso, que tengo mi doctorado por la Universidad de Yale y que la policía me pegó simplemente por manifestarme contra un hecho injusto. Entre otras cosas, si la policía me maltrató y me ha puesto unos cargos que pueden suponer hasta un año de cárcel es por haber intentado documentar un hecho injusto, o sea hacer lo que los periodistas a diario no hacen, que es contar en justicia lo que está pasando en nuestras calles.

E.F. - Hablando de justicia, ¿cuándo será el juicio?

J. - No sé, creo que tardará muchos meses. El próximo 17 de abril los policías declaran ante el juez, y dice mi abogado que ahí veremos si tienen ganas de fastidiarme vida. Yo también he denunciado a los policías por agresiones, así que el día de juicio, y si su señoría no decide archivar mi denuncia, ello irán no sólo como denunciantes sino también como denunciados. A mí me acusan de un delito de resistencia activa a la autoridad, que está penado con hasta un año de cárcel. Aunque como soy blanquito, “palentino”, y era la primera vez que estaba detenido, si al final salgo condenado me lo sustituirán por una multa. Mucho peor lo tiene nuestro compañero Pathe, que es negro, senegalés y le acusan de atentado a la autoridad. Él tiene ya varias causas pendientes, todas ellas por delitos contra la Ley de Extranjería, excepto una por atentado a la autoridad de una vez que le dio un codazo a un policía que intentó quitarle los cedés que estaba vendiendo en la calle. A Pathe es probable que le caiga un año de cárcel. Cuando cumpla su condena, el día que salga en libertad, una patrulla de policía estará esperándolo a la puerta del centro penitenciario tal y como llevan haciendo desde hace ya meses. Lo meterán directamente en un CIE, donde se comerá otros 60 días privado de libertad antes de ser deportado a su país.

E. F. - ¿Crees que tiene solución el tema de las redadas racistas?

J. - Yo creo que las redadas racistas de la policía se terminarán en un corto plazo. Me refiero a los controles de identidad por perfil étnico en las bocas de metro, en los intercambiadores y en las plazas de los barrios obreros de Madrid. Son demasiado descaradas, y la gente de a pie ha empezado a concienciarse de su injusticia, gracias, al estupendo trabajo de difusión de las Brigadas Vecinales, al reciente informe de Amnistía Internacional o al ingente trabajo de asociaciones como Ferrocarril Clandestino, las ODS, la Federación Local de CNT en Madrid o la Asociación Sin Papeles, con el definitivo impulso del Movimiento 15-M.

E.F. - ¿Estás seguro de que dejaremos de ver a policías de paisano pidiendo papeles por todos lados, ahora que gobierna el PP?

J. - Sí, es como el tema de los desahucios y la dación en pago. El actual gobierno de ultraderecha hará lo posible por que se acaben. Al poder y al capital, por muy conservador que sea en sus principios ideológicos, no le conviene que su violencia sea tan visible. Sin embargo el acoso a la población inmigrante continuará, disfrazado de operaciones antidroga, antirrobo o “antiloquesea”, como ya está pasando en Lavapiés, que sirvan para exacerbar entre la gente el discurso fascista que identifica al inmigrante con el delincuente, “el que ha venido aquí a quitarnos lo nuestro y a traernos lo que no necesitamos”. También es más que probable un fuerte endurecimiento de las leyes de extranjería, especialmente en lo tocante a la obtención de permisos de residencia por arraigo. En definitiva, yo creo que hay una auténtica limpieza étnica que desde hace tiempo está decidida desde quienes tienen el poder político y económico, no sólo en este país, sino en toda Europa. A medida que las nuevas leyes laborales están sancionado la existencia de una masa trabajadora autóctona en condiciones apropiadas de indefensión para ser explotada de la forma más descarada, la antigua mano de obra semiesclava de origen extranjero, la que construía nuestras segundas residencias, cuidaba a nuestros ancianos o limpiaba nuestra basura, ya no es necesaria en nuestros países, y hace falta eliminarla, porque “compite” directamente con los nuevos parias nativos. Los policías, los jueces y los gobernantes acosarán a los migrantes, los meterán en los CIE o en los calabozos el tiempo que sea necesario, les harán la vida imposible hasta que por fin se vuelvan voluntariamente a sus países. Si no lo hacen, habrá que deportarlos. Entre medias, tendremos víctimas, como Samba Martine, asesinada por la policía en el CIE de Aluche en Madrid, o el joven Abdellah El Asli, al que la policía ha dejado tetrapléjico recientemente en Guadalajara. Sólo una reacción valiente y organizada en función de principios ideológicos claramente antifascistas podrá detener esa espiral de violencia contra los inmigrantes.

E.F. - ¿Quieres decir algo más?

J. – Quiero darles las gracias a mis compañeros de la Asamblea de Lavapiés y de CNT por habernos acompañado a Pathe y a mí tantas horas a la puerta de la Comisaría de Leganitos el viernes por la noche, el sábado en la plaza de Lavapiés y el domingo en los Juzgados de Plaza de Castilla, con un frío que pelaba. Se siente mucho esa presencia cuando uno está detenido, y creo que debemos continuar haciéndolo con todos los compañeros que sigan siendo represaliados en esta lucha, que será bien larga. La solidaridad y el apoyo mutuo en los momentos chungos es lo fundamental.